sábado, 25 de enero de 2025

III Domingo del Tiempo Ordinario

 


La liturgia de la Palabra de este domingo nos muestra un itinerario de vida cristiana que nace con la proclamación y la escucha de la Palabra de Dios. Una Palabra que revela a un Dios que apuesta una y otra vez por la humanidad, amándola hasta el extremo. El proyecto de Dios está encaminado a construir una esperanza nueva en la humanidad. El objetivo es que toda persona tenga un sentido de vida, basado en la justicia, la paz y la dignidad.

Dios con su Palabra nos convoca a todos y cada uno de nosotros a vivir en clave de encuentro, porque es un Dios Padre, que se hace cercano y acogedor de las diversas historias personales. Es una invitación abierta, que necesita de una respuesta, porque todos estamos llamados a participar en esta dinámica de realización personal y comunitaria.

Fruto del máximo amor que Dios nos tiene es el envío de su Hijo, para facilitarnos las cosas; su encarnación marca un antes y un después, ya que nos ofrece un nuevo horizonte para nuestra vida. Su mensaje, sus acciones calan en lo más profundo de nuestros corazones, para que desde ahí sigamos proclamando una palabra de aliento para nuestro mundo convulso. Comenzamos por nosotros mismos, por nuestro entorno, para que desde ahí podamos ir dando pasos, y siendo los mejores embajadores de Cristo en nuestra sociedad.


Fr. Julio César Carpio Gallego O.P.



sábado, 18 de enero de 2025

II Domingo del tiempo ordinario

 


Según el evangelista Juan, Jesús fue realizando signos para dar a conocer el misterio encerrado en su persona y para invitar a la gente a acoger la fuerza salvadora que traía consigo. ¿Cuál fue el primer signo?

El evangelista habla de una boda en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña, a quince kilómetros de Nazaret. Sin embargo, la escena tiene un carácter claramente simbólico. Ni la esposa ni el esposo tienen rostro: no hablan ni actúan. El único importante es un «invitado» que se llama Jesús.

Las bodas eran en Galilea la fiesta más esperada y querida entre las gentes del campo. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De pronto, la madre de Jesús le hace notar algo terrible: «no les queda vino». ¿Cómo van a seguir cantando y bailando?

El vino es indispensable en una boda. Para aquellas gentes, el vino era, además, el símbolo más expresivo del amor y la alegría. Lo decía la tradición: «El vino alegra el corazón». Lo cantaba la novia a su amado en un precioso canto de amor: «Tus amores son mejores que el vino». ¿Qué puede ser una boda sin alegría y sin amor?, ¿qué se puede celebrar con el corazón triste y vacío de amor?

En el patio de la casa hay «seis tinajas de piedra». Son enormes. Están «colocadas allí», de manera fija. En ellas se guarda el «agua» para las purificaciones. Representan la piedad religiosa de aquellos campesinos que tratan de vivir «puros» ante Dios. Jesús transforma el agua en vino. Su intervención va a introducir amor y alegría en aquella religión. Esta es su primera aportación.

¿Cómo podemos pretender seguir a Jesús sin cuidar más entre nosotros la alegría y el amor?, ¿qué puede haber más importante que esto en la Iglesia y en el mundo?, ¿hasta cuándo podremos conservar en «tinajas de piedra» una fe triste y aburrida?, ¿para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos capaces de introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que decir de una comunidad cristiana: «No les queda vino».

José Antonio Pagola

sábado, 11 de enero de 2025

Bautismo de Jesús

 


Estamos ante una nueva epifanía de Jesús: su bautismo es el programa que va a desarrollar con su vida en la historia humana, pues Dios cuenta con ella. Jesús recibe la tarea de traer el amor de Dios al mundo; la tarea de acortar el espacio que hay entre el cielo y la tierra, entre lo divino y lo humano: con El, los cielos se abren y ya no hay distancias insalvables entre Dios y el hombre. De hecho, el Espíritu se posa en la realidad humana de Jesús que se pone a la cola para recibir el bautismo de Juan, solidarizándose con su pueblo que anhelaba y quería colmar su esperanza. Pero su pueblo no se esperaba, que Jesús fuera lo que necesitaban; que su esperanza estaba con ellos.

Todos los evangelistas nos cuentan el encuentro de Jesús con Juan. Es la presentación del Hijo Amado, habilitado para ponerse al servicio de la humanidad y, a la vez, marca diferencias con Juan, pues ni va al desierto solitario, ni sigue su movimiento, ni vuelve a sus trabajos, sino que su vida mesiánica va a discurrir por otros caminos manifestativos más explícitos y difíciles, priorizando el anuncio del evangelio: que Dios quiere a todos y además felices en un mundo desierto de valores; que ama lo humano, lo acepta, se compromete y se solidariza con lo esencial de lo humano: su vulnerabilidad.

El paso por el Jordán para el pueblo de Israel significó dejar el desierto para entrar en el valle, paso de la aridez a la fertilidad; del hambre a la abundancia; de la extranjería a ser pueblo; de la esclavitud a la libertad. Estar en un lado u otro del rio era ser una persona u otra, disfrutar de una u otra realidad, ser o no comunidad, conocer o no a Dios.

El rito del agua de Juan no va a ser decisivo para Jesús, lo que le va a marcar para toda la vida es el Espíritu de Dios, su experiencia de un Dios Padre Bueno, del que se siente Hijo sin poder dejar de traslucir tanto amor como su Padre le ha manifestado. El Espíritu de Dios es el aliento que crea, recrea y sostiene la vida; es la fuerza que transforma a los vivientes; fuerza amorosa que genera lo mejor para sus hijos e hijas. Por eso va pasar por el mundo haciendo el bien: curando la vida, las formas de vivir y pensar; bendiciendo, ofreciendo, regalando, construyendo y no juzgando ni condenando; liberando de todo aquello que esclaviza y deshumaniza.



Fr. Pedro Juan Alonso O.P


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jueves, 2 de enero de 2025

Seguir la estrella

 


Estamos demasiado acostumbrados al relato de los magos. Por otra parte, hoy apenas tenemos tiempo para detenernos a contemplar despacio las estrellas. Probablemente no es solo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.

Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel escritor cristiano que, al elaborar el relato de los magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos» (Isaías 9,1).

Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del ser humano a lo largo de los siglos?

Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes, logros que provocan nuevos problemas, ideales que terminan en «soluciones a medias», nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo las tinieblas.

No es extraño que se nos diga que «ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración». Pero no es esa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el ser humano algo que lo llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.

Para los creyentes, esa estrella conduce siempre a Jesús. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es «un caso desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo está orientado hacia su salvación. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy solo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén.

José Antonio Pagola