martes, 27 de noviembre de 2018

Domingo 1º de Adviento /C


 Indignación y Esperanza
Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.

Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará "signos" de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.

Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los "acontecimientos cósmicos" que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.

El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos "Dios".

No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El "último día" no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.

Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.

Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. "Tened cuidado: que no se os embote la mente". No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. "Estad siempre despiertos". No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.

¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

J.A. Pagola 





martes, 20 de noviembre de 2018

Lo decisivo



El juicio contra Jesús tuvo lugar probablemente en el palacio en el que residía Pilato cuando acudía a Jerusalén. Allí se encuentran una mañana de abril del año 30 un reo indefenso llamado Jesús y el representante del poderoso sistema imperial de Roma.

El evangelio de Juan relata el dialogo entre ambos. En realidad, más que un interrogatorio, parece un discurso de Jesús para esclarecer algunos temas que interesan mucho al evangelista. En un determinado momento Jesús hace esta solemne proclamación: "Yo para esto nací y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz".

Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos.

Por eso, Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos, que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios, que la defienden por obligación, aunque no crean en ella. No se siente nunca guardián de la verdad, sino testigo.

Jesús no convierte la verdad de Dios en propaganda. No la utiliza en provecho propio sino en defensa de los pobres. No tolera la mentira o el encubrimiento de las injusticias. No soporta las manipulaciones. Jesús se convierte así en "voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz" (Jon Sobrino).

Esta voz es más necesaria que nunca en esta sociedad atrapada en una grave crisis económica. La ocultación de la verdad es uno de los más firmes presupuestos de la actuación de los poderes financieros y de la gestación política sometida a sus exigencias. Se nos quiere hacer vivir la crisis en la mentira.

Se hace todo lo posible para ocultar la responsabilidad de los principales causantes de la crisis y se ignora de manera perversa el sufrimiento de las víctimas más débiles e indefensas. Es urgente humanizar la crisis poniendo en el centro de atención la verdad de los que sufren y la atención prioritaria a su situación cada vez más grave.

Es la primera verdad exigible a todos si no queremos ser inhumanos. El primer dato previo a todo. No podemos acostumbrarnos a la exclusión social y la desesperanza en que están cayendo los más débiles. Quienes seguimos a Jesús hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en defensa de los últimos. Quien es de la verdad escucha su voz.


J.A. Pagola


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Día de la Iglesia Diocesana




Los seres humanos somos eminentemente sociales. ¿Qué significa esta dimensión social? Quiere decir que tenemos conciencia de quienes somos; que podemos y que tenemos necesidad de comunicarnos con los demás; que podemos y que tenemos necesidad de hacer planes y proyectos en nuestra vida; que necesitamos tener y cultivar los amigos; que no podemos vivir sin una familia, verdadera escuela de amor, de amistad y de valores.


Hay muchos niveles en que desarrollamos la dimensión social. Se suele hacer una distinción, que ya es clásica, entre sociedad y comunidad, entre relaciones sociales y comunitarias. Las primeras, las sociales, implican unas relaciones más lejanas, menos íntimas, más formales. Este es el caso de los ámbitos político, del trabajo, de las sociedades culturales, deportivas... En cambio, las relaciones comunitarias implican unas relaciones más cercanas, constituyen el núcleo duro de la dimensión social y tocan más profundamente las relaciones interpersonales; es el caso de la familia, las amistades, los grupos sociales más cercanos y entrañables, y también de la vida eclesial.

Es evidente que la fe, en este caso la cristiana, es una opción personal y libre, es un don de Dios que debe ser aceptado de manera íntima por cada persona. La fe es razonable, es decir, tenemos razones para creer; pero en último término es siempre un acto libre y personal de seguimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. Ahora bien, la fe no es solo un acto íntimo y personal, es también un acto comunitario, porque es la fe que nos llega por la Iglesia, que se vive en su seno y que crece cuando se comparte.

La palabra griega ekklesia (iglesia) significa congregación, comunidad, vida en común. Se trata de vivir en Iglesia, en comunidad, con unas relaciones estrechas y cordiales, como nos transmite el libro de los Hechos de los Apóstoles. La tradición católica pone un acento especial en la vida comunitaria, en hacer camino juntos siguiendo a Jesucristo. En la Iglesia se arropa, se acompaña, se avanza juntos.

«Somos una gran familia contigo» es nuestro lema para la Jornada de la Iglesia Diocesana. Este lema nos recuerda que la Iglesia es una familia, en la que todo tiende a ser cercano, amable, desinteresado, compartido. En que los que más tienen se hacen solidarios con los que no tienen lo necesario. Por ello, la Iglesia dedica un día a hacer una colecta extraordinaria para cada una de las iglesias locales diocesanas.

Construir la fraternidad es una invitación que hemos recibido del Señor. La Iglesia quiere trabajar para hacer familia, para promover la cohesión y la concordia en la sociedad en que vive. Contamos todos para poner nuestro granito de arena para construir un mundo en paz y en libertad. No dejemos de colaborar con nuestra aportación económica, pero sobre todo con nuestra oración y compromiso personal.

Juan José Omella Omella