viernes, 7 de junio de 2019

Un verano con Dios


 HORARIO DE VERANO (de 1 junio a 30 de septiembre) 

  • Días laborables (de martes a viernes): 20 h
  • bados y vísperas de fiestas: 20 h.
  • Domingos y festivos: 11 y 12 h.

HORARIO DESPACHO PARROQUIAL  
  • Miércoles de 19 a 20 h.
En el mes de julio no hay despacho parroquial.


 

El Papa Francisco nos recuerda que disfrutar del tiempo estival no significa olvidarse de Dios: «Es importante que en el período de descanso y de pausa de las ocupaciones diarias, se puedan recobrar las fuerzas del cuerpo y del espíritu, profundizando el camino espiritual».

Para el Papa, el verano es un «tiempo providencial para acrecentar nuestro compromiso de buscar y encontrar al Señor».

Durante los días de descanso estival «estamos llamados a redescubrir el silencio pacificador y regenerador de la meditación del Evangelio que nos conduce a una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría». Por eso, el verano es un tiempo privilegiado para este silencio y esta búsqueda porque, tanto en la playa como en la montaña, es posible dar pasos hacia «una auténtica conversión y testimoniar la caridad como ley de la vida cotidiana».

Y sobre todo, el tiempo estival no puede ser una excusa para olvidar que hay personas que no pueden permitirse unas vacaciones, como las personas ancianas, los enfermos, quienes no tienen trabajo o quienes no cuentan con suficientes recursos. De ahí que el Santo Padre insista en continuar «el camino espiritual» sin pausa veraniega, porque es cada vez más necesario ser «un signo contreto del amor vivificante de Dios» para todos ellos.





jueves, 6 de junio de 2019

Pentecostés: Vivir a Dios desde dentro


"El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, os enseñará todo y os recordará lo que os he dicho". 
Jn. 14, 26

Según San Juan, el Espíritu hace presente a Jesús en la comunidad cristiana, recordándonos su mensaje, haciéndonos caminar en su verdad, interiorizando en nosotros su mandato del amor. A ese Espíritu invocamos en esta fiesta de Pentecostés.  

Hace unos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestro tiempo es su "mediocridad espiritual". Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es "seguir caminando con resignación y aburrimiento cada vez mayores caminos comunes de una mediocridad espiritual."

El problema no ha hecho más que agravarse en estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.

La sociedad moderna ha apostado por "el exterior". Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, casi sin detenerse en nada ni en nadie. La paz no encuentra rendijas para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Por ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.

Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de la experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oidos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.

En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más profundo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos al Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?

Acoger el Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar sólo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios con la cabeza, y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser.

Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirlo antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil de mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y la frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios. 


José Antonio Pagola