viernes, 29 de diciembre de 2017

Bendición para el Nuevo Año


Que tu mirada gane en hondura y detalle
para que puedas ver más claramente
tu propio viaje con toda la humanidad
como un viaje de paz, unidad y esperanza.

Que seas consciente de todos los lugares
por los que caminas y vas a caminar en el nuevo año,
y que conozcas , por experiencia, qué bellos son los pies
del mensajero que anuncia la paz y la buena noticia.

Que no tengas miedo a las preguntas
que oprimen tu corazón y tu mente;
que las acojas serenamente y aprendas a vivir con ellas
hasta el día en que todo se remanifieste y sepa.

Que des la bienvenida con una sonrisa
a todos los que estrechan tu mano:
las manos extendidas forman redes de solidaridad
que alegran y enriquecen con su presencia protectora.

Que sea tuyo el regalo de todas las cosas creadas;
que sepas disfrutarlas a todas las horas del día;
y que te enfrentes, con valentía y entusiasmo,
a la responsabilidad de cuidar la tierra entera.

Que el manantial de la ternura y la compasión
mane sin parar dentro de ti, noche y día,
hasta que puedas probar los gozos y las lágrimas
de quienes caminan junto a ti, tus hermanos.

Que despiertes cada mañana sereno y con brío,
con la acción de gracias en tus labios y en tu corazón,
y que tus palabras y tus hechos, pequeños o grandes,
proclamen que todo es gracia, que todo es don.

Que tu espíritu esté abierto y alerta
para descubrir el querer de Dios en todo momento;
y que tu oración sea encuentro de vida, de sabiduría
y de entendimiento de los caminos de Dios para ti.

Que tu vida este año, cual levadura evangélica,
se mezcle sin miedo con la masa
y haga fermentar la Iglesia y el mundo en que vivimos,
para que sean realmente nuevos y tiernos.

Y que la bendición del Dios que sale a tu encuentro,
que es tu roca, tu refugio, tu fuerza, tu consuelo
y tu apoyo en todo momento, lo invoques o no,
descienda sobre ti y te guarde de todo mal.

Florentino Ulibarri




domingo, 24 de diciembre de 2017

Navidad

LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD - José Antonio Pagola

La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.

No es solo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.

La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a este mundo.

Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.

Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.

A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.



miércoles, 6 de diciembre de 2017

Adviento

“Es el tiempo que nos es dado para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia delante y prepararnos al retorno de Cristo.
Él volverá a nosotros en la fiesta de la Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana, pero que viene a nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo. 
La persona que pone atención es la que, a pesar del rumor del mundo, no deja de abrumarse por las distracciones o la superficialidad, sino que vive de manera plena y consciente, con una preocupación dirigida ante todo a los demás.
La persona atenta se dirige también al mundo, buscando contrastar la indiferencia y la crueldad presentes en ella, y alegrándose por los tesoros de belleza que también existen y deben ser cuidados.
La persona vigilante es la que no se deja vencer por el sueño del desánimo, de la falta de esperanza, de la desilusión y al mismo tiempo rechaza la solicitud de tantas vanidades de las que desborda el mundo y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar.
No vaguemos perdidos en nuestros pecados e infidelidades y recorramos la buena vía, la de la fe y el amor”.
Papa Francisco