III Domingo de Pascua – Ciclo A
Domingo 30 de abril de 2017
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35:Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
-«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
-«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
El les preguntó:
-«¿Qué?»
Ellos le contestaron:
-«Lo
de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras,
ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos
sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de
Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas
mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana
al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que
habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba
vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo
encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo:
¡Qué
necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era
necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? »
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
-«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y
entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les
abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
-«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y,
levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron
reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
-«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra de Dios
Comentario de J.A. Pagola
ACOGER LA FUERZA DEL EVANGELIO
Dos
discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y
desolados. En su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en
Jesús, cuando lo han visto morir en la cruz. Sin embargo, continúan
pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?
Mientras
conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a
caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel
Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado tal vez con
pasión, les parece ahora un caminante extraño.
Jesús
se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero
sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No
saben exactamente qué. Más tarde dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino?”
Los
caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un
momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarlo marchar:
“Quédate con nosotros”. Durante la cena, se les abrirán los ojos y lo
reconocerán. Este es el primer mensaje del relato: Cuando acogemos a
Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en
nosotros la esperanza perdida.
Durante
estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a
poco, se les ha convertido en un personaje extraño e irreconocible. Todo
lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y
fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y
catequistas.
Sin
duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero
resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan
entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a
cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus
inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar
la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo,
encontrarse con Jesús.
¿No
ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia
dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el
Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y
hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a
escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?
Hemos
de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza
transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas,
crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado
tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio."