La
Solemnidad del Corpus Christi nos invita a contemplar y celebrar el
gran don de la presencia real de Cristo vivo entre nosotros en su cuerpo
entregado y en su sangre derramada para la vida del mundo.
A
la luz de este misterio de amor renovador, liberador y transformador,
que es la Eucaristía, invitamos a todos los cristianos, en particular a
cuantos trabajáis en la acción caritativa y social, a un compromiso que
sea liberador, que contribuya a mejorar el mundo y que impulse a todos
los bautizados a vivir la caridad en las relación con los hermanos y en
la transformación de las estructuras sociales.
Tu compromiso mejora el mundo
Transformados
interiormente por la contemplación del amor incondicional de
Jesucristo, que entrega su vida para liberarnos del mal y hacernos pasar
de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, queremos recordar a
todos y cada uno de los cristianos, así como a los hombres y mujeres de
buena voluntad que quieran escucharnos, el mensaje de la campaña
institucional de Cáritas: “Tu compromiso mejora el mundo”.
Somos
conscientes de que, hoy, no está de moda hablar del compromiso. Es más,
para muchos, en esta cultura de lo virtual, de lo inmediato y pasajero,
la preocupación por los demás se considera como algo trasnochado. Sin
embargo, el compromiso en favor de los más débiles y por la
transformación del mundo, es la más noble expresión de nuestra dignidad,
de nuestra responsabilidad y solidaridad.
Para
los cristianos, el compromiso caritativo y social, el ser con los demás
y totalmente entregado a ellos, camina en paralelo con nuestra
configuración con Cristo. Se trata de un compromiso que nace de la fe en
la Trinidad. Los cristianos creemos en un Dios, que es Padre, que ama
incondicionalmente a cada uno de sus hijos y les confiere la misma
dignidad; un Dios Hijo que entrega su vida para liberarnos del pecado y
de las esclavitudes cotidianas, haciéndonos pasar de la muerte a la
vida; un Dios Espíritu que alienta el amor que habita en cada ser humano
y nos hace vivir la comunión con todos, tejiendo redes de fraternidad y
de solidaridad al estilo de Jesús, que “no vino a ser servido, sino a
servir y dar su vida en rescate por todos”(Mt 20,28). Desde esta
configuración con Cristo, os proponemos un cuádruple compromiso:
1.
Vivir con los ojos y el corazón abiertos a los que sufren: Hemos de
abrir los ojos y el corazón a todo el dolor, pobreza, marginación y
exclusión que hay junto a nosotros. Convivimos con una cultura que
ignora, que excluye, oculta y silencia los rostros del sufrimiento y la
pobreza. Sin embargo, no podemos ignorarlos. Como dice el papa
Francisco, “la pobreza nos desafía todos los días con sus muchas caras
marcadas por el dolor, la marginación, la opresión (…), el tráfico de
personas y la esclavitud, el exilio, la miseria y la migración
forzosa”.4 Este desafío resulta “cruel”, cuando constatamos que estas
situaciones no son el fruto de la casualidad, sino la consecuencia de la
injusticia social, de la miseria moral, de la codicia de unos pocos y
de la indiferencia generalizada de muchos.
2.
Cultivar un corazón compasivo: La multiplicación y la complejidad de
los problemas pueden saturar nuestra atención y endurecer nuestro
corazón. Frente a la tentación de la indiferencia y del individualismo,
los cristianos debemos cultivar la compasión y la misericordia, que son
como la protesta silenciosa contra el sufrimiento y el paso
imprescindible para la solidaridad.
3.
Ser capaces de ir contracorriente: Esta invitación al compromiso no es
algo superficial o periférico. Pone en juego dimensiones tan hondas como
la propia libertad. En la vida, podemos seguir la corriente de quienes
permanecen instalados en los intereses personales y pasajeros o podemos
vivir como personas comprometidas al estilo de Jesús, actuando
contracorriente y poniendo los medios para que los intereses económicos
no estén nunca por encima de la dignidad de los seres humanos y del bien
común.
4.
Ser sujeto comunitario y transformador: Los cristianos estamos llamados
a ser agentes de transformación de la sociedad y del mundo, pero esto
sólo es posible desde el ejercicio de un compromiso comunitario, vivido
como vocación al servicio de los demás. Esto quiere decir que hemos de
poner todos los medios a nuestro alcance para la creación de
comunidades, que sean signo y sacramento del amor de Dios. Comunidades
capaces de compartir y poner al servicio de los hermanos los bienes
materiales, el tiempo, el trabajo, la disponibilidad y la propia
existencia. Comunidades capaces de poner a la persona en el centro de su
mirada, palabra y acción.
La caridad es transformadora
Para
todos aquellos que trabajan en el ámbito de la acción caritativa y
social de la Iglesia, este compromiso transformador se hace todavía más
urgente al tomar conciencia de la fuerza transformadora de la caridad.
La doctrina social de la Iglesia habla permanentemente de ella.
Recordemos
un texto antológico del papa Francisco: «La Iglesia, guiada por el
Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor
por la justicia y quiere responde a él con todas sus fuerzas. En este
marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: “¡Dadles
vosotros de comer!” (Mc 6,37) lo cual implica tanto la cooperación para
resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el
desarrollo integral de los pobres como los gestos más simples y
cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que
encontramos» (EG, nº 188). De acuerdo con estas enseñanzas del Santo
Padre, podemos concluir que la acción caritativa no es mera asistencia.
La caridad, además de ofrecer los gestos más simples y cotidianos de
solidaridad, promueve el desarrollo integral de los pobres y coopera a
la solución de las causas estructurales de la pobreza.
Los
obispos españoles también hemos insistido en esta dimensión
transformadora de la actividad caritativa y hemos manifestado que
«nuestra caridad no puede ser meramente paliativa, debe ser preventiva,
curativa y propositiva. La voz del Señor nos llama a orientar toda
nuestra vida y nuestra acción desde la realidad transformadora del reino
de Dios».5 Esto implica desenmascarar la injusticia por medio de la
denuncia profética, socorrer al necesitado mediante la asistencia y
colaborar en la organización de estructuras más justas por medio de la
transformación social.
Pidamos al Espíritu una mística social transformadora
En
la plegaria eucarística hay dos momentos especialmente significativos
en los que se manifiesta la fuerza transformadora de la Eucaristía. Son
las dos “epíclesis” o invocaciones al Espíritu Santo que hacemos en la
celebración eucarística. En la primera pedimos al Padre que envíe su
Espíritu para que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la
sangre del Señor. En la segunda, invocamos la acción del Espíritu sobre
la comunidad eclesial para que sea una sola cosa en Cristo y haga así
posible la salvación de los que participan de ella. En ambas epíclesis
los cristianos expresamos el dinamismo transformador que encarna la
celebración eucarística y descubrimos la necesidad de ser instrumentos
de renovación del cosmos y de la humanidad, desde la comunión con
Cristo.
Pidamos,
hoy, al Espíritu Santo que esta mística social y transformadora de la
Eucaristía nos ayude a comprometernos en la transformación del mundo y
en la promoción de una caridad transformadora en todas nuestras
organizaciones caritativas y sociales. Sabemos que la tarea no es fácil,
pero la caridad no está para dejar las cosas como están ni consiste en
hacer lo que siempre se ha hecho en el campo social. La caridad denuncia
la injusticia y promueve el desarrollo humano integral, nos impulsa a
la conversión de nuestros criterios y actitudes, de nuestra manera de
pensar y de actuar, para colaborar con el Señor en el acompañamiento a
las personas y en la transformación de las estructuras que generan
pobreza, discriminación y desigualdad.
Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social