Queridos hermanos y hermanas:
En
la acción de gracias al Señor, que nos ha acompañado en estos días,
quisiera agradeceros también a vosotros por el espíritu eclesial y el
compromiso concreto que habéis demostrado con tanta generosidad.
Nuestro
trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la
plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno
históricamente difuso en todas las culturas y sociedades. Solo de manera
relativamente reciente ha sido objeto de estudios sistemáticos, gracias
a un cambio de sensibilidad de la opinión pública sobre un problema que
antes se consideraba un tabú, es decir, que todos sabían de su
existencia, pero del que nadie hablaba.