viernes, 29 de octubre de 2021

Todos Santos

La fiesta de "Todos los Santos", entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer.

Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad. Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad.

La plenitud de lo humano sólo se alcanza en lo divino. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta. Lo humano siempre será imperfecto. El verdadero santo no es el perfecto. El santo nunca descubrirá que lo es. Aspiremos a ser cada día más humanos, desplegando el amor que Dios ha derramado en nuestro ser.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa de atribuirnos méritos que no pueden ser del hombre.

Santo es el que descubre el amor que es Dios. Todos somos santos, aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios.

La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: "Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios". Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte.

No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don presente. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa.

En esta fiesta celebramos la "bondad" se encuentre donde se encuentre. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. Desde esta perspectiva, la vida merece siempre la pena. Porque esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como encontramos en nuestro mundo.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del "santo". Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: "Tú piensas como los hombres, no como Dios". Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Solo descubriendo lo que hay de Dios en nosotros, podremos darnos cuenta de nuestra verdadera meta.

Tenemos al alcance de la mano lo que nos puede hacer felices, pero no nos damos cuenta, porque ponemos nuestra felicidad en otra cosa. El tesoro está en nuestro campo, pero no lo hemos descubierto, y lo estamos buscando fuera.

En la celebración de este día, no se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios.

 

Fray Marcos