Recuperar la esperanza
En estos días que vivimos abundan situaciones que nos preocupan gravemente: el cambio climático, la pandemia, la crisis económica, la escasez de recursos...
No hace falta seguir. Pero así es como nos encuentra este Adviento. Y son importantes y necesarias las palabras de Jesús: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Los discípulos de Jesús no somos catastrofistas. Menos aún negacionistas de estas realidades. Ni indiferentes ni conformistas ante ellas. En este tiempo nuevo de Adviento, el Señor Jesús nos invita a recuperar la esperanza, a ofrecer al mundo motivos para la esperanza, que tiene como punto de partida el ser muy conscientes de la realidad y estar atentos a ella. Y mirarlo todo con la confianza y la valentía y la fortaleza que nos vienen de la fe. ¿Cómo?
La esperanza empieza por encontrar el bien que hay en los demás, en lugar de centrarnos y revolver en lo negativo.
Como nos dicen los profetas: «hay brotes» en el viejo tronco. Hay novedades, la vida siempre lucha por salir adelante. Atentos, pues, a esos brotes en nuestra vida, en nosotros, en la Iglesia y en nuestro mundo. Es una buena actividad para el Adviento: ir tomando nota de esos «brotes» y orar con ellos.
La esperanza abre puertas allí donde la desesperación las cierra. Invita a levantar la cabeza y mirar más arriba, más lejos, más adentro. Y mejor si miramos con otros. La esperanza nos descubre lo que puede hacerse, porque siempre se puede hacer algo, en lugar de lamentarse o protestar por lo que no depende de nosotros.
La esperanza recibe su potencia de la profunda confianza en el Dios de la Pascua y en la fundamental bondad humana que Dios sembró en cada uno.
La esperanza enciende una vela en la oscuridad. La Luz de Dios irrumpió en medio de la noche de Navidad, y convirtió la noche en mañana luminosa.
Porque la esperanza sabe que, pase lo que pase, el Señor va con nosotros (Emmanuel). No hace que desaparezcan las dificultades, pero sí que ayuda a que no nos derroten ni destruyan. Jesús fue capaz de atravesar el camino de la cruz, del fracaso, del rechazo, de la oscuridad... de la mano de la esperanza. Porque su esperanza se llamaba «Abba, Padre Dios».
Martínez de la Lama-Noriega, cmf