sábado, 1 de febrero de 2025

IV Domingo del Tiempo Ordinario

 


Jesús, como nos deja claro el episodio del evangelio de hoy, no era nadie importante, a pesar de descender de una familia importante en la historia del pueblo de Israel, descendiente de David el rey. Jesús era un judío normal que empezó a anunciar un mensaje nuevo y revolucionario. Hoy en este relato de la presentación vemos lo mismo: No salen a recibirlo los sacerdotes, representantes de la religión judía –serán al final los que pidan su muerte-. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada de los que sufren. Tampoco salen a recibirlo los maestros de la ley, que predican sus tradiciones humanas en los atrios de aquel templo. 

Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana. Sólo lo acogen  dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todos los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.

Hoy es una fiesta de LUZ entre muchas tinieblas, es también la fiesta de la humanidad salvada por Jesús desde el fondo de su corazón que amaba de verdad. Él y su Madre, en medio de tanto mal, resplandecen como una esperanza de salvación. Nuestra humanidad con tanto dolor, problemas, crisis y muertes, tiene en ellos dos, Madre e Hijo, una LUZ y una ESPERANZA. Aprovechémosla. Y seamos nosotros los que llevemos su luz allá por donde vayamos.