Domingo 18 de junio - Ciclo A -
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan
que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo
del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en
el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo:
no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come
este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
Comentario J.A. Pagola
ESTANCADOS
El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden
impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La
alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”.
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿ Nos estamos
movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”,
entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la
“eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.
Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy
lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo
cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la
eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica
dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito
expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo
para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la
comunidad cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos, sin más criterios de renovación?
La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”,
como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana?. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración
eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que
venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena emorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?