Domingo 4 de Junio de 2017 - Ciclo A
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20,19-23:
Al anochecer de aquel día, el primero de
la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas
por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
José Antonio Pagola
VIVIR A DIOS DESDE DENTRO
Hace algunos años, el gran teólogo alemán Karl Rahner
se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la
Iglesia de nuestros tiempos era su «mediocridad espiritual». Estas eran
sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es «seguir tirando con
una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales
de una mediocridad espiritual».
El problema no ha hecho sino agravarse
estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las
instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por lo
«exterior». Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para
movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya
no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando qué es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta hoy una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro.
Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma:
escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los
labios mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios,
pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de
Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu
del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger a Dios en nuestro interior quiere
decir al menos dos cosas. La primera: no colocar a Dios siempre lejos y
fuera de nosotros, es decir, aprender a escucharlo en el silencio del corazón.
La segunda: bajar a Dios de la cabeza a lo profundo de nuestro ser, es
decir, dejar de pensar en Dios solo con la mente y aprender a percibirlo
en lo más íntimo de nosotros.
Esta experiencia interior de Dios, real y
concreta, puede transformar nuestra fe. Uno se sorprende de cómo hemos
podido vivir sin descubrirla antes. Es posible encontrar a Dios dentro de nosotros en medio de una cultura secularizada.
Es posible también hoy conocer una alegría interior nueva y diferente.
Pero me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en
medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna sin conocer,
aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del
Misterio de Dios.