sábado, 15 de diciembre de 2018

3º Domingo de Adviento: Creer de otra manera

Estamos viviendo unos tiempos en que, cada vez más, el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en indiferencia, y entre las personas sencillas en superstición.

Son muchas las cosas a pensar con más rigor, pero, tal vez, lo primero es aclarar algunos aspectos esenciales de la fe.

La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos hablan o predican de Dios. Cada uno sólo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros.

Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más propia y personal. Ésta es la primera pregunta: ¿Yo creo en Dios, o en aquellos que me hablan de Él?

En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en el cristianismo actual.

La fe del que confía de verdad en Dios está más allá de las palabras, las discusiones morales y las normas eclesiásticas. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones.

Ésta puede ser la segunda pregunta: ¿Confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?

En la fe lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero, terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón, viviré amando y perdonando. Ésta puede ser la pregunta: ¿En qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesucristo?

La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y de amor a cada ser humano.

María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación.

Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú que has creído!»

Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.


 J.A. Pagola