lunes, 2 de diciembre de 2019

Adviento: La alegría de esperar


Desde que comprar algo es tan fácil, tan directo y, sobre todo, llega tan pronto, cuesta mucho más tener paciencia, esperar. Nos ocurre cada vez que pedimos algo: ¡que llegue cuanto antes! Queremos que se materialice de inmediato y que ya podamos disfrutarlo, aunque no tengamos necesidad.

Los que nos decimos cristianos y hemos recibido esta tradición estamos también totalmente contaminados por esta tendencia. Lo que ocurre es que deberíamos ser “expertos en esperar”, pero nos cuesta mucho. Los tiempos de la Iglesia nunca han sido rápidos, mucho menos inmediatos y cualquier cambio o novedad se han hecho de rogar.

No es fácil esperar. Implica paciencia, serenidad y, sobre todo, confianza. Es evidente que no esperamos igual si el resultado que aguardamos es bueno o si es algo que nos preocupa. A veces, incluso, estamos nerviosos sin saber muy bien por qué, o sin querer saberlo, y necesitamos alguna actividad que nos devuelva la alegría, que nos permita ver la vida con esperanza. 


Nosotros en el Adviento recordamos (es decir, volvemos a pasar por el corazón) un nacimiento de hace más de 2000 años, en un lugar remoto de un Imperio largamente destruido. 

No solo es lejano, sino que se puede convertir en algo tan repetitivo, tan rutinario, que deje de decirnos nada. Si no podemos “volvernos niños” (¿a que es muy diferente la Navidad cuando hay niños en casa que cuando no hay?), necesitaremos otras herramientas para prepararnos debidamente, es decir, para no des-esperar, sino tener esperanza.