Desde que comprar algo es tan fácil, tan directo y, sobre todo, llega tan
pronto, cuesta mucho más tener paciencia, esperar. Nos ocurre cada vez
que pedimos algo: ¡que llegue cuanto antes! Queremos que se
materialice de inmediato y que ya podamos disfrutarlo, aunque no tengamos
necesidad.
Nosotros en el Adviento recordamos (es decir, volvemos a pasar por el corazón) un nacimiento de hace más de 2000 años, en un lugar remoto de un Imperio largamente destruido.
No solo es lejano, sino que se puede convertir en algo tan repetitivo, tan rutinario, que deje de decirnos nada. Si no podemos “volvernos niños” (¿a que es muy diferente la Navidad cuando hay niños en casa que cuando no hay?), necesitaremos otras herramientas para prepararnos debidamente, es decir, para no des-esperar, sino tener esperanza.