Los cielos se abren y Dios Padre se manifiesta plenamente en Jesús: “Tú eres mi Hijo amado”.
Jesús se une a la multitud y asume nuestra condición humana. El Espíritu Santo desciende sobre Él y comienza una nueva creación.
Así Jesús, en su abajamiento, se sumerge en nuestras profundidades, en nuestras raíces humanas y en nuestros sentimientos, en nuestros deseos banales, necesidades, pérdidas y carencias de amor, para darles un sentido nuevo, trascendente, para transformar nuestros corazones y llevarlos a la plenitud de hijos de Dios.
El Espíritu de Dios nos conduce a vivir en Él todas las dificultades y tristezas y, también, los gozos y alegrías que estamos viviendo, con un sentido profundo, sabiendo que Jesús es todo nuestro bien y nuestra salvación plena.
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