HORARIO DE VERANO (de 1 junio a 30 de septiembre)
- Días laborables (de martes a viernes): 20 h
- Sábados y vísperas de fiestas: 20 h.
- Domingos y festivos: 11 y 12 h.
HORARIO DE VERANO (de 1 junio a 30 de septiembre)
No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
José Antonio Pagola
Jesús sólo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Jesús no
piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere
dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros sois
testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que
comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de
vida trabajando por un mundo más humano.
Pero Jesús conoce bien a sus
discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para
ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del
Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os
enviaré lo que mi Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de
lo alto”. El Espíritu de Dios los defenderá. Jesús vuelve al Padre levantando
sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús
entra en el misterio insondable de Dios y sobre el mundo desciende su
bendición.
A los cristianos se nos ha olvidado que somos portadores
de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser testigos de la
Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos ante el mal.
Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo
mira con ternura y compasión.
También hoy es posible buscar el bien,
hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más
humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos
egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis
económica nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer.
El pasado mes de febrero el Papa Francisco inscribió la fiesta de San Juan de Ávila en el calendario universal.
Tras el decreto del Santo Padre, el 10 de mayo es el día de San Juan de Ávila para la Iglesia Universal.
San Juan de Ávila encarna de modo ejemplar, y en las coordenadas de su tiempo, las claves para la evangelización que el Papa Francisco nos describe en Evangelii gaudium. Podemos definir al Maestro Ávila como «un evangelizador con espíritu» . Francisco describe la misión, en Evangelii gaudium, como «una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús Crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así descubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado».
Juan de Ávila es un modelo ejemplar de un «discípulo misionero». Su vida y doctrina recuerdan el espíritu de san Pablo, de quien era un profundo y devoto admirador. Su espíritu nos invita a romper la seguridad defensiva del templo para salir con valentía a los caminos de la misión.
SEGUIDORA FIEL DE JESÚS
Los evangelistas presentan a la Virgen con rasgos que pueden reavivar nuestra devoción a María, la Madre de Jesús. Su visión nos ayuda a amarla, meditarla, imitarla, rezarla y confiar en ella con espíritu nuevo y más evangélico.
María es la gran creyente. La primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de Jesús.
Lucas, por su parte, nos invita a hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el "Magníficat" brilla en todo su esplendor la fe de María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.
María comienza proclamando la grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a «sabios y entendidos» y se revela a «los sencillos». La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.
María proclama al Dios «Poderoso» porque «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos los tiempos: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.
María proclama también al Dios de los pobres porque «derriba del trono a los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el contrario, «enaltece a los humildes» para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y «los despide vacíos»; por el contrario, a los hambrientos «los colma de bienes» para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo gritaba Jesús: «los últimos serán los primeros». María nos lleva a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.
María nos enseña como nadie a seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.
José Antonio Pagola