Son los últimos momentos de Jesús con los suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio del Padre.Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho en Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.
Jesús sólo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Jesús no
piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere
dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros sois
testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que
comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de
vida trabajando por un mundo más humano.
Pero Jesús conoce bien a sus
discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para
ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del
Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os
enviaré lo que mi Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de
lo alto”. El Espíritu de Dios los defenderá. Jesús vuelve al Padre levantando
sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús
entra en el misterio insondable de Dios y sobre el mundo desciende su
bendición.
A los cristianos se nos ha olvidado que somos portadores
de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser testigos de la
Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos ante el mal.
Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo
mira con ternura y compasión.
También hoy es posible buscar el bien,
hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más
humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos
egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis
económica nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer.