Publicado el 11/10/2018
El
pasado día 3 de octubre, dio comienzo en Roma una nueva Asamblea
Ordinaria del Sínodo de Obispos.En esta ocasión el tema es: «los
jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Estamos rezando cada día
por esta importante asamblea eclesial y, de modo particular, con la
oración del santo Rosario en este mes de octubre, plegaria mariana que
tiene su especial vivencia en este periodo mensual del otoño. El Papa
Francisco ha expresado con bellas palabras lo que desea que sea este
encuentro, en el momento de la acogida de los participantes: «Que el Sínodo despierte nuestros corazones.
El presente, también el de la Iglesia, aparece lleno de trabajos, problemas y cargas. Pero la fe nos dice que el Señor viene a nuestro encuentro para amarnos y llamarnos a la plenitud de la vida. El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza, como bien afirmó el Concilio Vaticano II: “Podemos pensar, con razón, que el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar” (Gaudium et Spes, 31).
Por tanto, no hay que dejarse tentar por las “profecías de desgracias”, ni gastar energías en “llevar cuenta de los fallos y echar en cara amarguras”, hay que mantener los ojos fijos en el bien, que “a menudo no hace ruido, ni es tema de los blogs ni aparece en las primeras páginas», y no asustarse «ante las heridas de la carne de Cristo, causadas siempre por el pecado y con frecuencia por los hijos de la Iglesia”.
Comprometámonos a procurar “frecuentar el futuro”, y a que salga de este Sínodo propuestas pastorales concretas, capaces de llevar a cabo la tarea del propio Sínodo, que es la de hacer que germinen sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvenes –a todos los jóvenes, sin excepción– la visión de un futuro lleno de la alegría del evangelio».
Hacemos nuestros estos buenos deseos y encomendamos al Señor y a la intercesión de la Virgen María estos sentimientos del Santo Padre, para que los trabajos sinodales sean bendecidos dando espacio a lo que el Espíritu de Dios quiere de su Iglesia en el acompañamiento de los jóvenes, en su fe y en el discernimiento de sus vocaciones. Toda una urgencia pastoral a la que Dios nos emplaza en este momento crucial y delicado de la historia de la Iglesia y de la humanidad.
El presente, también el de la Iglesia, aparece lleno de trabajos, problemas y cargas. Pero la fe nos dice que el Señor viene a nuestro encuentro para amarnos y llamarnos a la plenitud de la vida. El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza, como bien afirmó el Concilio Vaticano II: “Podemos pensar, con razón, que el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar” (Gaudium et Spes, 31).
Por tanto, no hay que dejarse tentar por las “profecías de desgracias”, ni gastar energías en “llevar cuenta de los fallos y echar en cara amarguras”, hay que mantener los ojos fijos en el bien, que “a menudo no hace ruido, ni es tema de los blogs ni aparece en las primeras páginas», y no asustarse «ante las heridas de la carne de Cristo, causadas siempre por el pecado y con frecuencia por los hijos de la Iglesia”.
Comprometámonos a procurar “frecuentar el futuro”, y a que salga de este Sínodo propuestas pastorales concretas, capaces de llevar a cabo la tarea del propio Sínodo, que es la de hacer que germinen sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvenes –a todos los jóvenes, sin excepción– la visión de un futuro lleno de la alegría del evangelio».
Hacemos nuestros estos buenos deseos y encomendamos al Señor y a la intercesión de la Virgen María estos sentimientos del Santo Padre, para que los trabajos sinodales sean bendecidos dando espacio a lo que el Espíritu de Dios quiere de su Iglesia en el acompañamiento de los jóvenes, en su fe y en el discernimiento de sus vocaciones. Toda una urgencia pastoral a la que Dios nos emplaza en este momento crucial y delicado de la historia de la Iglesia y de la humanidad.