La gloria de Dios amanece sobre el mundo. Hasta los confines de la tierra llega el anuncio Pascual: Paz a vosotros. Aleluya, soy Yo en persona, no tengáis miedo, aleluya. ¿Quién podrá arrebatarnos el gozo de la Pascua? Cristo salió victorioso del sepulcro y en Él todo fuimos justificados y salvados. Hemos muerto con Cristo y creemos que también viviremos con Él.
Pascua sagrada, eterna novedad, el mundo renovado canta un himno a su Señor. Es el himno de la vida, el himno de los bautizados en su sangre preciosa; los sumergidos en el agua y resurgidos a un nuevo orden donde se proclamará la paz, el amor y la justicia. Poco importa que el orden del mundo parezca que no cambia en los valores del amor, de la paz y de la justicia, tenemos que aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Él es el que puede desencadenar el cambio en el horizonte, la esperanza de la comunidad no se agota porque parezca que no hay frutos de justicia. El resucitado es nuestra liberación y nuestra fuerza. Él nos da fuerza para crear un nuevo clima de paz y serenidad que tanto necesita nuestro mundo. Por eso tenemos que acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Y, así es como nuestro canto será hoy como la noche de fiesta en que reina la alegría, como si marchásemos al son de gaitas y panderos a celebrar la Fiesta de las fiestas: La Santa Pascua de Cristo el Señor.
En la resurrección de Cristo sabemos y comprendemos desde la fe que nuestro Dios es el Dios de la vida, de la alegría, de la paz inalterable, de la luz que vence las tinieblas, porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero, si Dios resucitó a Jesús, esto significa que solo quiere la vida para sus hijos. No estamos solos ni perdidos en la muerte. Podemos contar con un Padre que, por encima de todo, incluso por encima de la muerte, nos quiere ver llenos de vida. Ahora solo hay una manera cristiana de vivir, y se resume así: Poner vida donde otros ponen muerte.
Dios en Jesús está con el fruto de su amor, que somo nosotros, nos acompaña en el camino de la vida, pero no lo hace desde fuera, ni desde arriba, lo hace desde dentro de nosotros y dentro de la historia porque no podemos aislarnos, nos quiere sumergidos en el mundo como la levadura que hace que fermente y florezca toda la bondad que se esconde en el corazón de todo ser humano. Las fuerzas del mal siguen luchando contra los hermanos del Resucitado, la muerte y el pecado quieren recuperar su trono de soberanía en el corazón de las personas, pero ya no tienen poder porque Cristo está en nuestro interior con la fuerza de su amor y nos llena de su luz y de su fuerza recordando sus palabras: No tengáis miedo, yo he vencido al mundo.
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